A cien años de la publicación de la obra literaria extremeña por excelencia, ‘El Miajón de los Castúos’, Extremadura aún carece de suficiente músculo social capaz de reivindicar la realidad cultural de la región.
La conmemoración del libro publicado por Luis Chamizo en 1921 va pasando lentamente desapercibida a excepción de selectos y voluntariosos homenajes más o menos locales. Casi de igual forma que el pasado año de 2020 se fueron cumpliendo sin apenas darnos cuenta aniversarios como los cuatro siglos de la muerte de Pedro de Valencia, los dos siglos del nacimiento de Carolina Coronado, el siglo y medio del nacimiento de Gabriel y Galán o el siglo del nacimiento de Manuel Pacheco. Si no hubiera habido pandemia hubiese pasado lo mismo. Parece que los extremeños somos expertos en dejar pasar trenes, también los que son útiles a la reivindicación de la tierra.
‘El Miajón de los Castúos’ marcó un antes y un después en la conciencia extremeña, en la literaria y, con el tiempo, también en la social. Chamizo supo revalorizar poéticamente el mundo extremeño que le rodeaba, el de los labradores de la tierra que él llamó «castúos». Acertó con el lenguaje usado, «rescatado», lleno de reminiscencias de un tiempo medieval que aún perduraban en el acervo cultural de la Extremadura que él respiraba. La identificación castúa del habla vino después. A la vista queda que atinó igualmente en el título y en expresiones que hoy forman parte del subconsciente colectivo extremeño, de lo más profundo –del miajón–. Porque «sus dirá tamién como palramos los hijos d’estas tierras, porqu’icimos asina: jierro, jumo y la jacha y el jigo y la jiguera».
El poeta de Guareña no fue un verso suelto de su tiempo, pues bebía del ambiente regeneracionista que reivindicaba lo propio en la España de inicios del siglo XX. Extremadura también tuvo, pese a las dificultades, una generación de pensadores y escritores de toda clase que arrojaron luz sobre tanta oscuridad cultural. Podríamos hundir la raíz de la reivindicación regional en la prensa política decimonónica, en el trabajo intelectual de figuras como Vicente Barrantes o, con más propiedad, en el movimiento folklorista de las sociedades de Folk-lore de Burguillos del Cerro y de Fregenal de la Sierra (hubo hasta en dieciocho localidades extremeñas entre 1882 y 1884), con El Folklore Bético-extremeño (1883-1884) como revista difusora. Años después, en 1892, se celebraba la I Exposición Regional Extremeña por iniciativa de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, de Badajoz, uno de cuyos objetivos fue impulsar la conciencia y reafirmación extremeña.
Pero sería la publicación de la Revista de Extremadura (1899-1911) la que impulsaría el primitivo movimiento regionalista de la mano de intelectuales cacereños y del resto del ámbito extremeño. Hablamos de un regionalismo cultural, no político (que llegó unos años más tarde). Es más, muchos de los colaboradores de la revista rehusaron en ese tiempo adjetivarse como regionalistas para no ser asociados a movimientos políticos que se estaban desarrollando entonces en otras regiones españolas. Utilizaron, de hecho, una denominación lo suficientemente cómoda y explícita con la que poder identificarse y desenvolver sus ideas: extremeñería.
En 1910, en el apartado titulado ‘Crónica regional’ de la Revista de Extremadura, se dice que «[la revista] es la asociación desinteresada de varias inteligencias, para la propagación, defensa y difusión del espíritu regional, nunca regionalista, y por ello y para ello es un caso más de extremeñería andante». La crónica la firma Cálamo Currente, pseudónimo de Daniel Berjano. Como vemos, entre los objetivos de la extremeñería andante estaban la defensa y difusión del «espíritu regional». Insistimos en que el término regionalista acusa en aquel tiempo una carga política, peyorativa a fe del escritor, que tal vez pudiera equipararse hoy a la noción nacionalista, salvando las distancias.
Tres años antes, en un mismo apartado de la misma revista, el mismo autor expresa: «Que Extremadura es algo concreto y determinado, que nuestra tierra tiene personalidad étnica, histórica y hasta geográfica, fue que absurda la división administrativa en provincias, partiendo a la región natural por gala, en dos, y arrebatándole porciones para agregarlas a las colindantes, sin conseguir felizmente romper el nexo de interno de la extremeñería, viene a diario predicándolo, casi en el desierto pudiéramos añadir, nuestra revista sin que la persuasión haya conmovido el cansado ánimo de nuestros coterráneos…». En esta ocasión Berjano reivindica la personalidad de Extremadura y critica su partición biprovincial de 1833 resaltando que tal división no logró romper el nexo interno de la extremeñería, y advirtiendo que la revista –los extremeñeros– predica la realidad cultural extremeña –como árbol que da sombra en un desierto, añadimos–, frente a los resignados.
La llama de la Revista de Extremadura se apagó pronto, pero ya habían prendido chispas regionalistas, literarias y políticas, en personalidades como Gabriel y Galán, José López Prudencio, Antonio Elviro Berdeguer o el propio Chamizo. Así, la extremeñería autoconsciente de la personalidad regional y de su marginación histórica, situaba a Extremadura en el centro de las preocupaciones culturales y políticas. Recuperar su concepto y reanudar su nexo interno, su miajón, serviría para encarar los retos a los que se enfrenta la región en los próximos años. Por ello, no podemos permitirnos pasar la oportunidad de conocer y reconocer a quienes reflexionaron sobre Extremadura. Demasiados trenes hemos dejado pasar ya.
Juan Rebollo Bote.
Artículo publicado en el Diario HOY Extremadura