Ya ha pasado un tiempo desde el equinoccio de otoño, los días son cada vez más cortos mientras las noches se alargan. Llega el invierno, el frío y con ello el tiempo relacionado desde los albores de la historia con la mitad oscura del año y la muerte. Se considera que esa mitad oscura tiene su puerta de acceso, su espacio liminal , alrededor del 1 de noviembre (Dia de Todos los Santos). Esto no se da solo en nuestra cultura, sino en otras como la anglosajona y su famoso Halloween, herencia de la celebración celta Samhain.
Y es que nuestra Chaquetía es un valioso vestigio cultural sincretizado por el cristianismo de fiestas paganas antiguas, que atribuían a estas fechas la llegada de la muerte. No es por tanto descabellado afirmar que Halloween, por muy invasor que parezca y la Chaquetía representan lo mismo. Mi abuela siempre me cuenta que antes, en la víspera del 1 de noviembre pasaban dos hombres con un esportón y al son de una campana pidiendo por las calles limosna pa’ las ánimas benditas. Con lo recaudado se hacían diversas labores, como ponerles flores a los fallecidos olvidados o sin familiares que los velaran en estas fechas. ¿Dónde entra entonces el papel de las castañas? Una costumbre que poco a poco se desvanece en las nuevas generaciones es la de salir a comerse la Chaquetía en To santoh.
También mi abuela me relata que era costumbre salir con una cesta de mimbre a comer castañas, nueces, higos (con los que se hacían casamientos introduciendo un trozo de nuez dentro), dulces, manzanas y peros. Al día siguiente, de Los Difuntos, iban al cementerio dejando las cestas en la puerta, porque no les permitían comer dentro. Tampoco había cine ni música este día. Las castañas son un alimento que folclóricamente se ha relacionado desde antiguo con el mundo de los muertos dejándola como ofrenda o comiéndola como homenaje. Al fin y al cabo, son frutos “perennes”, duraderos, que no se pudren como la fruta fresca.
La vida y la muerte andan de la mano, por eso se celebra la llegada de los que ya no están comiéndolas asadas en el fuego del magosto (que significa gran fuego o mágico fuego) y que calienta y contenta a las ánimas para que no se aparezcan y nos permitan tener un buen año.
Esto podemos apreciarlo aún en zonas de nuestra tierra como Las Hurdes, donde la tradición ha perdurado y, entorno al fuego se come, se bebe, se toca el tamboril y se canta. Allí además el cahtañeiru o animeru arroja castañas al grito de ¡castañas pa’ las ánimas benditas! y baja de la sierra La Chicharrona, ataviada con un collar de chorizos, llena de nueces, higos, castañas y sujetando una vara como bastón, ritual relacionado con el comienzo de la estación fría y de las matanzas caseras para pasar el invierno. Lo que no se conoce no se quiere y por tanto no se cuida. Debemos reconocer el valor cultural de esta celebración tan propia, suplida a veces por su versión americana, mucho más afamada y globalizada.
Chiquitía, Carvochá, Magosto,…; Una muestra más de nuestra pluralidad lingüística y cultural. Un día especial para recordar quienes somos y quienes hemos sido, endulzándonos la vida para celebrar la muerte a base de compartir con familia y amig@s castañas asadas, nueces, licores y dulces tradicionales.
Las fiestas populares son ritos que nos unen como extremeñ@s, nos dan identidad propia y favorecen el arraigo.
Celebremos para no olvidar, celebremos para ser pueblo.
Diego Durán Rosa.
Octubre 2022.