Prólogo de «Extremadura ¿A dónde vas?» De Juan José Morón
<<Cuando lo vea, me lo creeré>>, contestaba mi madre a la presentadora de los informativos de Canal Extremadura cuando anunciaron la inauguración del tramo electrificado para altas prestaciones y AVE Badajoz-Plasencia en el inicio del verano extremeño de 2022. Hoy los sentimientos que produce esta realidad incompleta y algo alejada de las expectativas de los extremeños y extremeñas (otra vez), van desde la tradicional resignación, hasta la movilización y hartazgo del 7 y 8 de septiembre de ese mismo año, víspera y Día oficial de Extremadura.
<<A Extremadura no la engañan más>>, se oía en esas movilizaciones. Algo se está moviendo en nuestra tierrina. Es difícil precisarlo tanto cuantitativamente como cualitativamente, pero hoy estamos más cerca de ser un pueblo empoderado y reivindicativo, sin perder ni un ápice de solidaridad ni ganas de construir y contribuir, y más lejos de la resignación, la irremediable emigración o del desentendimiento del estado y porvenir de la tierra que se ubica entre Ladrillar y Monesterio, entre Cabeza del Buey y Cedillo, surcada por el Tajo y el Guadiana.
¿Estamos cerca de un punto de inflexión en la historia del pueblo extremeño? ¿Somos coetáneos del inicio de un nuevo despertar extremeñista? ¿Cuáles son las herramientas adecuadas que están funcionando o que deben usarse para pasar definitivamente de la resignación, la apatía y la desconfianza a la movilización, el empoderamiento y el fin de este letargo?
Juan José Morón nos da un fuerte tirón de orejas al mismo tiempo que nos arma: con datos y argumentos sociales, culturales, políticos y económicos. No nos echa una reprimenda elitista, nos alienta un poco más a hacer y dar a Extremadura lo que se merece. Coge de la solapa de la chaqueta o directamente de la camiseta, a extremeños y extremeñas y nos zarandea un poco más, pidiéndonos reaccionar. Lo pide a una tierra que, para él, como andaluz, es una tierra hermana.
Esta obra refleja que la cohesión y convergencia son palabras vacías de contenido para Extremadura después de casi 45 años de democracia en España y 40 años de régimen de autogobierno. No confundamos la mejoría que hemos visto en estos años con la convergencia o cohesión, porque prácticamente estamos igual que en el inicio de este periodo democrático: alejados en los macro y microdatos económicos, educativos, sociales y culturales.
Si el autor me lo permite, le voy a tomar prestado el término descarao que, con su acento andaluz, escuché en la conversación telefónica en la que acordamos prologar este libro para defender la necesidad de un extremeñismo (efectivamente) descarao. Ambos llegamos a la conclusión, como así lo reclama en la obra, que hace falta un movimiento que empodere a los extremeños y extremeñas, especialmente en el voto. Diez diputados y diez senadores que miren por Extremadura y que rindan cuentas directamente a un pueblo que hoy exige lo que merece tras décadas de postergación y olvido.
¿Qué hacer? Aterricemos un poco más la propuesta sobre la <<tierrina>> entendiendo que para que el despertar extremeñista se produzca son condiciones necesarias tanto el cultivo de una masa social y cultural <<crítica>> – en lo cuantitativo y en lo cualitativo -, como una pelea sin cuartel en el ámbito estrictamente electoral, sea a través de un partido o del paso decidido de la sociedad civil extremeñista a través del mecanismo de la agrupación de electores. Dos movimientos, dos esferas, de la mano, con un mismo objetivo: poner fin a la falta de representación del extremeñismo en las instituciones locales, autonómicas, nacionales y si cabe, europeas.
Ahora bien, <<no todo vale>>. Y quizás este es el único punto de discrepancia con el autor, siendo más los que nos une en el análisis y en la propuesta de trabajo, que lo que nos separa. Históricamente, el extremeñismo tradicional ha defendido el apoliticismo y la transversalidad en aras de sumar voluntades por el porvenir de Extremadura. <<Da igual qué pienses y de dónde vengas, si luchas por Extremadura>>, decían.
Sin embargo, todos estos intentos han sido frustrados en una tierra con grandes diferencias sociales, destrucción de su identidad y emigración forzada de una masa crítica que hoy tiene a sus hijos repartidos por la geografía rica de nuestro país.
No podemos construir un extremeñismo basándonos en cómo nos miran otros o, dicho de otro modo, en relación con lo acomplejados que estemos con respecto a otros territorios, especialmente con las naciones periféricas. ¿No resulta contradictorio estar convencidos de nuestro potencial y a la vez buscar las culpas fuera? ¿No es más proactivo, provechoso (pero poco aprovechado) que nos miremos entre nosotros y nos pongamos manos a la obra mostrando una vez más ese carácter de pueblo resiliente como nos reclama el autor? ¿No estaría bien dejar de gestionar una provincia y pasar a liderar y gobernar una autonomía de manera completa y adecuadamente financiada?
Lanzo una crítica a ese extremeñismo que se compone de individuos y personalidades políticas, que se arropan con la bandera verde, blanca y negra, pero que no son más que el martillo percutor de los que no tienen problema en continuar abandonándonos como un pueblo más de este país. Por no hablar de aquellos quienes amenazan la autonomía y el autogobierno de Extremadura.
Un extremeñismo descarao, sí, pero también descaradamente progresista. No se entiende que se luche por un pueblo que ha agonizado tradicionalmente en la pobreza y en la desigualdad, si no se apuesta por la justicia social, interna e interterritorial dentro de las fronteras del Estado. No se entiende un extremeñismo que titubea ante la amenaza de la regresión de derechos para las mujeres o para las personas con otras orientaciones sexuales alejadas de la heterosexualidad normativa.
Es difícil defender una tierra cuyo patrimonio mayoritario es la naturaleza, si pasamos por alto las grandes contraindicaciones de macroproyectos turísticos, energéticos o mineros que, con falsas promesas de empleo, juegan con la ilusión de un niño, cuando lo que realmente buscan es la manipulación de la opinión pública adulta de Extremadura.
No hay extremeñismo si se olvida a los que se quedan, pero también a los que se van, siendo un tercio de nosotros y nosotras los que, por razones generalmente educativas o de índole social y económica, emigramos en busca de un futuro. Algunos con la esperanza de volver y otros con la esperanza de no perder su arraigo a pesar de elegir la distancia como opción tan legítima como la de la permanencia.
No todo extremeñismo vale. No queda otra que constatar una brecha (especialmente generacional) entre el regionalismo clásico, y el nuevo extremeñismo. Entre los que hacen discurso desde el complejo y las inseguridades, y los que hacen el discurso desde la reivindicación y la lucha por la igualdad, la justicia social y la fraternidad nacional.
En definitiva, un extremeñismo nuevo debe tomar partido o, como mínimo, concretarse, porque es lo mínimo que merecen los extremeños y extremeñas a quienes quiere representar y porque, de lo contrario, estará ofreciendo las mismas recetas de aquellos que ya nos representan. Para eso nos quedamos como estamos.
Leamos, debatamos, actuemos con honestidad, decisión y empatía, pero, sobre todo, como nos encomienda Juan José Morón, marquemos el primer penalti pendiente.
Rubén Cuéllar Rivero.
Politólogo, doctor en proceso e investigador en la Universidad de Salamanca.
Presidente de Extremeñería.