Cuando uno se enfada, ahí sale la verdad. En ese preciso momento, conoces a esa persona. Y no únicamente porque salga su esencia máxima, sino porque deja de fingir. Y encontramos dos vertientes: o recurre a una verborrea con un acento marcadísimo; o bien trata de hacerse entender recalcando eses en lugar de haches aspiradas. Cómo somos, ¿eh? A veces, pretenciosos, pero siempre inevitables. Siempre volvemos a lo que realmente somos o a lo que siempre hemos querido ser. Muy apropiado, para una época cuyas gentes (en muchas ocasiones) votan con pretensión de pertenencia a un colectivo, no tanto conforme al colectivo al que pertenecen. Pero no nos liemos, que hablábamos de complejos.
Decía el profesor y articulista J. R. Alonso de la Torre que “si en la Edad Media, el reino de León hubiera sido más poderoso que el de Castilla, seguramente lo fino y elegante sería decir «estati quietu», al estilo de Ceclavín”. Quién pudiera saber si esto es real o no. Sin duda, existe la posibilidad. No sabemos qué hubiera sucedido, lo que sí que conocemos es lo que nos atañe: el presente complejo del acento. No sé qué pensaréis vosotros, pero yo soy de la convicción de que vergüenza ha de sentir el que comete un crimen, no aquel al que no le queda otra que emigrar y adaptarse. O el que decide hacerlo sin que nada concreto lo impulse al hecho (el afán de conocimiento y otras experiencias es suficiente). Que es igual de válido. El caso es que depende del acento que adoptes -o dialecto- hay unos a los que se les considera más sofisticados que a otros de cara a la sociedad.
Seguro que habrás tenido que escuchar o leer -por desgracia- el vergonzante “No por nacer en Extremadura soy extremeño, yo soy …” Y este improperio se suelta por bochorno, no por sentimiento de identidad conforme a un arraigo a través de los años. Seguramente esa persona trató de mimetizarse con el entorno desde el minuto uno, tratando de que nadie cometiera el disparatado equívoco de reconocer en él el lugar del que procedía. No me malinterpretéis, no juzgo esto, sino elucubro cuál pudiera ser la razón de tal desasosiego.
Los himnos y las banderas son motivos representativos de nuestra patria, pero no son lo que la define. La definen -siempre a mi parecer, por supuesto- otros rasgos. En 2017, Laura Moreno de Lara publicó un texto (“No, cariño, tú no eres español”) que me ha acompañado allá por donde he dado tumbos dentro del territorio patrio. Porque he vivido en Almendralejo, en Sevilla, en Valencia, en Segovia y ahora en Madrid. Y todos me aportaron algo único, algo que he incrustado en mi comportamiento, algo que me ha nutrido hasta la saciedad. Pero en ningún caso -ni siquiera livianamente- me ha hecho olvidar o alejarme de lo que de verdad define mi esencia: ser extremeña.
Algunos se cuestionan el motivo por el cuál yo no he acogido más otros acentos -seguramente a veces algo de deje sevillano se cuele en mis frases, por lo similar- y me transmiten que no lo entienden, pese al tiempo transcurrido. No es una cuestión voluntaria, pero quizás se debe a que, de momento, no he logrado encontrarme cómoda en lo que considero que no me representa. De la misma forma que un andaluz expone con orgullo su identidad sin miedo a la represalia -aunque con el estigma de “ser gracioso”- un extremeño no tiene por qué luchar contra lo que es por temor a que lo consideren menos válido, más pobre, menos alfabetizado. Porque, por desgracia, sucede. Creedme.
Pero dejémonos de victimismos. No es necesario. Hay otra* arma mucho más eficaz: dejarse fluir sin florituras. Seas como seas. O de donde seas. Aprovecho, por qué no, para hacer un llamamiento a aquellos extremeños que estén a punto de salir al mundo desconocedor que nos cuestiona más allá de nuestra tierrina. No es una cuestión de achantarse y acomodarse en lo que esperan que seamos, sino de demostrar lo que semus.
Así, con acento en la “e” de Extremadura.
Victoria Rebollo Bote.
Noviembre 2022.