Artículos de opinión

En Extremadura pocas personas procedentes de contextos rurales no tienen parientes que emigraron en el siglo pasado. Yo misma, puedo decir que los hermanos y hermanas de mis abuelos y abuelas emigraron, rompiendo así a familias enteras. Mismamente en Oliva de la frontera, mi pueblo, actualmente hay un censo de 5.083, mientras que en los años 60 era casi el triple. Esto se puede extrapolar a otros núcleos rurales de Extremadura. Poco a poco, la población extremeña ha roto el silencio de la migración y las siguientes generaciones estamos siendo conscientes del daño que ha supuesto para nuestra tierra que casi la mitad de esta tuviera que abandonar a sus seres queridos.

Sin embargo, mis abuelos y abuelas tuvieron o decidieron quedarse en el pueblo a pesar de las penurias, viviendo incluso a veces en las chozas en el campo. En la actualidad, tenemos varias personas valientes que visibilizan las chozas, hablan de ello y cuentan cómo se vivía ahí, ya que vivir en el pueblo era morir de hambre. Al igual que se habla de la migración.

¿Pero quién habla de las mujeres casadas con criaturas que se quedaban en el pueblo mientras sus maridos viajaban a Suiza, Alemania o Francia? ¿Cuántas historias de boca en boca hemos escuchado de aquellas que se encargaban de los cuidados de la comunidad? ¿Quiénes se encargaban de los cuidados mientras esperaban el sobre con dinero de sus maridos?

En mi pueblo, se habla de las pagas que las esposas obtienen por sus maridos difuntos, pero no se escuchan las historias de los cuidados a las criaturas, de sacarlas hacia delante faltando una parte de la familia. Cuantas veces estas mujeres tuvieron que lavar a mano la ropa, cocinar en el fuego, comprar la comida necesaria haciendo malabares con el dinero que le mandaban sus maridos, cosiendo, intentando que no se “descarrilaran” sus hijos e hijas, etc. Además del cuidado en la distancia a ese marido que sufría el duelo migratorio, dándole el apoyo necesario. Y por otro lado, sufriendo los estigmas y las violencias machistas propias del contexto socio político, donde aún se sufrían las represalias de la dictadura franquista, así como los estigmas y estereotipos de género.

Educar, trabajar, cuidar, autocuidarse, etc., no hablamos de la doble jornada, hablamos de una participación de las actividades de la vida diaria dedicadas a que no faltara de nada en el hogar, mientras que la otra parte de la pareja estaba muy lejos.

La sociedad extremeña tiene una deuda con todas las mujeres que optaron por quedarse en su hogar, en su tierra, sacrificándose para que sus maridos pudieran trabajar y llevar el bocao a su familia. Necesitamos recordar que gracias a ellas, los hombres podían migrar y obtener otros beneficios económicos siendo un trabajo en equipo. Por supuesto no estaban solas, ya que tejían redes y estaban acompañadas por otras mujeres, sus madres, hermanas, primas, tías, vecinas, etc., quienes se ocupaban de que a las criaturas no les faltara de nada. Por lo que en las migraciones, no solo es la persona quien migra, es una comunidad la que sufre las consecuencias de la migración. Son todas las personas del mismo contexto quienes cambian su participación en las actividades de la vida diaria para adaptarse al desarraigo de un territorio que no cumple con las expectativas y necesidades cotidianas. Es lo que llamamos las profesionales de la terapia ocupacional dislocación ocupacional.

También tenemos que repensar el papel de las mujeres extremeñas en la economía local e internacional del siglo pasado, en cómo mujeres que en muchos casos no habían obtenido instrucción. Eran capaces de llevar a cabo la economía doméstica con los ingresos que llegaban de los maridos. Son aquellas mujeres a las mal llamadas analfabetas, pero que tenían sabidurías infinitas, que hacían posibles que nuestros pueblos siguieran adelante y no se murieran desangrados por la migración. A fin de cuentas, las invisibles que no han sido recordadas ni en los libros de historia ni en la cultura popular, aunque siempre han estado ahí.

Gema Gañán León.

Diciembre 2022.

Ilustraciones: Paco Vellarino Díaz.