Emigré de Extremadura a una semana de los 18. No había cumplido la mayoría de edad cuando ya aprendí lo que era dejar atrás a los míos, lo que era subirse a un autobús sin la certeza del cuándo.
Durante los años que estudié en la universidad, volví casi todos los fines de semana ya que trabajaba en mi pueblo y estudiaba en Madrid. Todos los viernes me iba a Trujillo y todos los domingos regresaba a Fuenlabrada. Y todos los domingos me tocaba decirle adiós a mi familia y todos los viernes volverles a abrazar. Era casi mecánico, una rutina extraña y agotadora a partes iguales.
Por suerte, en esa época, el sacrificio de ir y venir para trabajar y estudiar, me dio la oportunidad de estar más cerca de mi familia. Aunque, si lo pienso ahora, tampoco fue tanto, ya que en el bar echaba jornadas de mínimo diez y doce horas, terminaba cansadísima y llegaba a casa con el único propósito de descansar.
Ahora, con una estabilidad laboral algo más asentada y menos kilómetros a las espaldas, he ganado dos cosas: el conocimiento de la A5 casi al milímetro y la capacidad de valorar cada mínimo segundo que paso en familia. Y lo peor es que esos cada vez son menos. Podemos culpar a la pandemia, que nos ha hecho viajar menos, pero, por duro que suene, la culpa la tiene el ritmo de vida que nos vemos obligados a llevar.
La semana se resume en: trabajar 39 horas semanales, en turno partido, entrar a las 9:00 h. y salir a las 18:00 h., vivir donde Cristo perdió la chancla derecha, gastar (porque no se puede usar otro verbo) más de una hora en transporte público para desplazarte cada día y atender a todas las necesidades de la vida adulta. Todo ello hace que llegues al viernes agotada, exhausta y pidiendo tiempo muerto. Hace, entre otras cosas, que pegarte las tres horas de carretera y, probablemente, algún que otro atasco al volver, no sea el plan que más te apetezca, sinceramente.
Pero aún así lo haces, porque ver a tus padres y a tus amigas está por encima de cualquier hora de sueño, de cualquier momento de descanso. Lo haces y lo agradeces porque el abrazo de tu madre lo es todo y porque el paseo con tu padre te llena de vida. Y el viernes sales de trabajar y te organizas para salir cuanto antes, llegar pronto y aprovechar el fin de semana. Y el sábado lo disfrutas como la que más. Haces compras en los comercios de toda la vida, ves a tus amistades, vas ancagüela a darle un besino y das un paseo por las calles que te vieron crecer. El domingo sabes que el reloj te está mirando de reojo, aprovechas cada segundo que te regala, pero llegada la hora de comer, lo sabes: comer e irse. Los domingos y el Xanadú es lo que tienen, o sales pronto o la carretera se pondrá hasta arriba. Tienes varias rutas alternativas preparadas “por si acaso”. Pero si no quieres llegar a casa a las mil y al día siguiente ir a trabajar hecha una auténtica mi****, no hay opción, terminar de comer e irse. Ya harás la digestión por el camino. Al menos has pasado tiempo con los tuyos.
Pero luego, luego llegas a Madrid, hablas con tus amigas de aquí y la envidia te come las tripas cuando te cuentan sus domingos familiares. Con sus padres, sus hermanos y hermanas… porque todos ellos estudiaron aquí, porque había universidades y la carrera que querían hacer. Se quedaron aquí porque después de la carrera “encontraron trabajo de lo suyo”. Crecieron en su trabajo porque su remuneración era digna y les daba para vivir bien. Y al final todos ellos viven cerca, quedan a comer los domingos, hacen una sobremesa como las de los anuncios de la tele y se van a casa con la tripa llena de comida y el corazón de felicidad. Y tú mientras tan sólo puedes pensar en la A5, en todas las veces que ha servido de frontera, en cómo te aleja de tu familia y que el tiempo que pasas en esa carretera es más tiempo de vida que podrías pasar con los tuyos.
Porque al final emigrar también es un poco eso: alejarse y perderte millones de cosas que han ido pasando mientras tú no estabas. Y lo piensas en perspectiva y al menos tienes suerte, sigues teniendo un hogar bonito al que volver, aunque sea de vez en cuando. Pero emigrar es dejar atrás millones de cosas y perderte mucho más que los domingos en familia, emigrar es buscar un presente mejor a costa de dejar atrás tu vida.
Pilar Retamosa Mateos.
Enero 2023.