Artículos de opinión

Se llama Lázaro Sánchez, es mi tío materno y yo, que siempre tuve un espíritu humanista, le admiraba sobremanera ya desde niño.

Con 16 años salió del pueblo rumbo “hacia el norte”, como muchas otras personas de la tierra. Fue recorriendo diferentes paradas en busca de unas oportunidades que eran impensables en el lugar de donde venía. En aquel momento se le llamaba trabajo: salió del pueblo buscando trabajo. Su parada definitiva fue Burdeos y tiene una interminable cantidad de anécdotas de su llegada, de las colas a la puerta de las empresas esperando a que ese día le dieran trabajo, de cómo se fue generando aquel pequeño universo inmigrante en el que él orbitaba, de los primeros malentendidos con el idioma que tuvo que aprender estando ya allí…Pero lo mejor de sus anécdotas es la gracia con la que las cuenta.

Escucharle hablarme ha causado siempre una enorme admiración. Un francés gramaticalmente pulido, pero con un marcado acento español. Tan marcado que parece “cortado a cuchillo”, como dirían los franceses. Su influencia me hizo estudiar francés en el instituto, seguir en la universidad, posteriormente, inmersión lingüística en el Hexágono…

El apellido Sánchez se pronuncia “Sanchesssss” en francés. A los franceses les hace gracia la pronunciación que ellos mismos dan al apellido, pues se parece mucho a sans chaise: sin silla. Y se divierten diciendo “Sanchesss, tu est resté sans chaise” (Sánchez, te has quedado sin silla).  Esta broma me la contaba ya mi tío siendo yo un adolescente.

En 2012 salí de España. A rebufo de la crisis económica del 2008 tuve que buscar oportunidades fuera (si sales de la universidad buscar trabajo está mal visto: buscas oportunidades). Yo sabía que buscaba trabajo, pero tuve suerte y las oportunidades llegaron después. Me fui a ejercer la medicina a Francia.Me sentí miserable al llegar a Normandía con el coche lleno de aquello que había seleccionado como imprescindible para construirme una nueva vida. Irme nunca había sido mi primera opción, pero resultaba imprescindible si aspiraba a un contrato estable o trabajar a jornada completa. Poco tiempo después, cuando alguien pronunciaba mis apellidos “Vasquesss-Sanchesss” era yo el objetivo de aquella manida broma:“Monsieur Vasquesss-Sanchesss, asseyez vous, ne restez pas sans chaise” (Señor Vázquez-Sánchez, tome asiento, no se vaya a quedar sin silla). Y esto, inconscientemente, me trasportaba al juego de las sillas musicales al que jugábamos de niños en la escuela y actualizaba aquella sensación de desolación al descubrirte de pie cuando paraba la música.

Años después de instalarme en Francia, en una conversación con mi tío en torno a un café, vino a decirme algo así como: “estoy muy orgulloso de ti. No llegaste a Francia en las condiciones precarias en las que yo llegué: encontraste un buen trabajo, hablabas francés al llegar y ya casi no tienes acento…”. Recuerdo que se me hinchó el pecho, no sé si de orgullo, o para coger aire y que no me gotearan los ojos, que se me habían humedecido.

Él nunca volvió. O al menos, no del todo, aunque pasa largas temporadas en Extremadura. Yo estuve cinco años y volví a España cuando las cosas mejoraron para poder estar lo más cerca posible de mi familia. Pero, al igual que mi tío, no volví del todo. Dos intentos fallidos por volver a Extremadura me hicieron comprender que ya era un sans chaise. Me había quedado sin silla. El problema de la emigración forzada es que, cuando quieres volver a veces ya no tienes silla, o la que hay ya no te ajusta.

La lucha por la mejora de oportunidades en Extremadura se impone y depende de la población extremeña, los extremeños de dentro y los de fuera. Debemos luchar por la gente que no quiere irse, por las oportunidades y el trabajo de aquellos que quieren volver. Tenemos que luchar para que la gente que emigró hacia afuera o incluso dentro de la geografía española, no se quede sin silla. Que para todas ellas haya sillas en Extremadura y las perciban como esos tronos que con frecuencia encuentran fuera.

Con la ilusión puesta en esta lucha me uní a Extremeñería.

Fernando Vázquez Sánchez.

Octubre 2022.